
Dos almas separadas por una fatídica decisión. Enlazadas a través del tiempo y el querer de un destino que los llama a estar unidos. Dos desconocidos marcados por un incipiente deseo, por un latente lazo más fuerte que la verdad y el tiempo. Almas que gritan en silencio por su bello cuento, esperando su encuentro. Una falta de aprender a amar y a ser amado, que carcome los huesos y despierta el hedonismo, que alega la unidad y el afecto. Almas separadas con un llamado a ser, ser dos páginas en blanco esperando ser escritas. Almas destinadas a vivir, pero a vivir unidas.
Fue en aquellos años donde no encontré el abrazo de un vínculo y el beso de una flor, que me di cuenta que me faltabas tú. Algunas veces pude sentir, pero no aquello que se levantaba desde mis entrañas. Ese toque de dulces pétalos y suaves armonías, que extrañé sin saberlo hasta que te vi otra vez aquel día y supe inmediatamente, el sosiego de estar a tu lado; como frágil reflejo en el agua. Fue tu piel que acaricio mi querer cuando con mis manos la toqué. Fue tu intelecto que adoré cuando contigo hablé. Fue esa indecible emoción que desperté cuando te abracé. Fue exactamente ese beso en aquella oscuridad alumbrada por pobres destellos de luz, donde me uní a ti; pero el cuento se hizo tragedia y nos separó de esta adorable historia.
Mis años se hicieron en un instante, con soledad y versos incesantes. Pude reír y vivir, pero a falta de ti, no supe a dónde más ir. Y ahí, donde la coincidencia y el destino conversan, te vi porque pensé en ti más que en el deseo de volver a aquel recuerdo. Allí reí tanto por dentro que quizás te diste cuenta porque no pude evitar lucir la fuerza de este deseo apacible. Así que, vi esa señal cuando toqué tus manos con las mías. Nos unimos en un querer que desconocíamos y allí, ambos nos miramos porque supimos lo que sentimos cuando entrelazamos nuestras manos. Esa es la señal de que te quiero, esa es la señal que nos hace dos almas enlazadas más allá que la verdad y el tiempo. La señal de querer. El complemento de esta pieza faltante en el lastre de un hecho.
Es ese roce de nuestros dedos, el choque de nuestras manos; la señal de nuestro destino. No un beso, no esa clase de activismo y pasión que nos une. No nuestros ojos cuando se miran fijamente con amor y locura. Está más allá de esas palabras de afirmación que vociferamos en nuestro lecho. Es la suma y la consumación de verte en mis sueños. La construcción de una vida, tuya y mía. Por eso, esperé en paz tu llegada. Me asomé al cielo para agradecerle. Te vi tan hermosa como nunca antes y eso, que prometí hacérselo saber al espacio/tiempo día tras día. Porque voy a cuidar lo que la vida me ofrece contigo.
No sabía que perdería el amor cuando en ese último beso nos despedimos sin saberlo. Hoy le otorgo la razón a aquella sensación de saber que te vería otra vez, pero lo que nunca imaginé después de tantos años; que tú le haría saber a mi ser que eres mi melodía favorita, el deseo de hacerte costumbre en mis días. A quien quiero mirar. Con quien quiero caminar. A quien quiero hacer reír. Eres tú lo que quiero. Las manos que quiero tomar cuando camino por las arideces y las virtudes. Eres mi abrazo en tormentas y las palabras sinceras en mis errores. Ahora lo sé, eres tú. Mi musa.
Quiero acuñar mis hechos cuando te demuestro que te quiero, escribir las razones por las que te pienso; para que la conciencia y el corazón dancen en las risas y la armonía que tenemos. Es que nos queremos. No hay una señal más feroz que tomarte de las manos y hacerte parte de mi vida. Déjame contártelo con más detenimiento, te quiero.
Escrito el: 9 de diciembre 2020