La desventaja de aún quererte

La desventaja de aún quererte

Mis dedos corrían suavemente la carretera de tu piel y cuando alejé mi mano para ponerla en la palanca de cambio, tú la tomaste acariciándola y le devolviste a tu piel, a ese camino suave y tibio. Así recuerdo el viaje hacia donde no tuvimos más remedio que ceder a nuestros más primitivos impulsos, donde toda la naturaleza, aún con ese ruido que ella sola sabe provocar, tuvo que disminuir para aprovechar el bullicio de dos amantes que solo querían vivir en la piel del otro.

Esa noche nos entregamos al agua que nos cubría, dos almas mojadas, llenas de lujuria, pasión y el deseo de que nunca acabe, pero tuvimos que irnos. Sin darnos cuenta, sin quererlo, esa fue la última noche para nosotros. Todo empezó a enfriarse como si no existiera más una conexión. Otras cosas arroparon nuestras mentes con sábanas más pesadas que las que nos cubrían. Lo más triste, no nos despedimos. No hubo tal cosa como un beso y un adiós. Algo dejó de brillar en nosotros; ni siquiera lo intentamos lo suficiente. Pareciera que todo lo que vivimos, todos los testigos que existieron, se evaporaron juntos con esas almas mojadas.

Sin embargo, aquí estoy en este mar de melancolía, de dudas que me ahogan, que me entristecen. Ver cómo destaca tu dulce rostro, tus labios rosa, en las fotos que él te toma, con la sonrisa que él te provoca. Me siento en la desventaja de aún quererte, de pensarte en las mil formas que te conocí. Esas formas que recuerdo con múltiples colores y sensaciones. Formas que me enamoraron y me perjudicaron a la misma vez. Es que extraño ver tus rizos caer en mi pecho, escuchando tu aliento crecer desde el interior de tu corazón resonando la música de placer y silencio.

Esta melancolía que me llena de insatisfacción y me arroja en el abismo de recordarte, no solo en las ocasiones especiales, también en la soledad de ir conduciendo hacia la oscuridad de mis pensamientos. Recuerdo ese olor que me enmudeció en las más precisas ocasiones, tratándome como si fuera parte de él, arropado con sus sábanas. Tu rostro que me mostró maravillas que nunca había conocido, me mostró que mis ojos pueden iluminar toda una sala, me enseñó que podía imaginar las miles de formas que podría amarte y, más que todo, me enamoró.

Veo esos años con la decencia de reconocer mis fallos, mis fracasos. Los veo con la decepción de mis errores. Los veo con el maldito arrepentimiento de haberte perdido y no haberte amado lo suficiente. Odio haberte dejado ir con los brazos abiertos, esperando por mí, queriéndome a mí. Odio que hoy te vea en la distancia desde una venta que no puede ser abierta y que cada vez más se oscurece. Odio que tenga que recordar nuestras noches abrazados en el frío de la montaña o nuestros días en el calor de mi cama cuando tenía que subir el volumen de la música que nos abrazaba. Odio que ni siquiera haya existido una despedida y odio más que no pueda saludarte con el mismo deseo con el que te conocí.

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