¡Qué agonía!

¡Qué agonía!

En los suburbios la conocí, por suerte o por destino, pero en aquel lugar junto al parque donde los vecinos que desconocemos y que apenas vemos; supimos por miradas y por ese cosquilleo que te llena el alma aunque sea por un instante, que te alienta a cometer los actos más valientes, como el hablarle a la dama que me sonríe con tal dulzura que juro que la puedo sentir en mi piel a pesar de la distancia.

Es ella la que me mantiene con los versos en la palma de mi mano, con la pluma en mis labios y con el corazón más adepto para amarla. Ella es mar en lugares desérticos. La tormenta plácida en las noches de verano, es exactamente allí que nos encanta ocultarnos para saborear cuando los dos soñamos en la misma cama. Es una sinfonía que se escucha cuando divagamos en la piel del otro. Haces todo más interesante, todo está más vivo desde que te conocí. Los paseos por la ciudad tienen más sentido y hasta los mismos árboles que mil veces vi tienen otros colores y otras texturas.

¡Qué agonía amar a alguien con tal locura! Es una muerte lenta, que subyace de la profundidad de mis entrañas y se eleva en tu mirada. Una extraña agonía que me lleva al borde de la muerte y me resucita en tus besos; me alaga, pero también me entorpece. Es amor que me hace idiota y subyugado ante tu presencia. Ella que enciende mi alma en la oscuridad de las montañas moribundas de lo que yo era, de lo que dejé de ser cuando la conocí, cuando la amé.

Sonrío hasta en los pesares y en las largas conversaciones que sacan las partes más defectuosas, sino qué seríamos, si una parte de nosotros no renace escuchando la voz de otro, aunque sea en tonos que no queremos. Qué somos si no nos abrimos a la verdad o a la mentira que nos acecha como corderitos. Puesto que, sabiendo estas cosas, deberíamos mover los cimientos más profundos de aquellas cosas que no queremos ser, de las que no queremos repetir y encendernos como fuego a la oportunidad de ser mejores. A la oportunidad de ver la luz en los ojos de quien ama. Ser taciturnos cuando el tiempo lo amerita e invocar la sensatez para que nos ayude en este viaje que hemos decidido emprender.

Ojalá que esta bendita agonía nunca acabe y se someta a la obediencia de amarnos una y otra vez con la misma locura de siempre. Ojalá que las miradas que ocurrieron en aquel parque nunca desfallezcan en las vicisitudes y en la cobardía de no enfrentar nuestros miedos. Ojalá que este amor nos sepa a miel toda la vida para que endulce nuestros corazones cuando hemos olvidado el propósito que nos mantiene en la misma piel y en el mismo significado. Ojalá seas eterna en mis brazos y en el deseo de ser la misma a mi lado toda la vida.

Foto de Heinz Klier: https://www.pexels.com/es-es/foto/pareja-caminando-en-el-camino-entre-arboles-845716/

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